Mi codicia «safarística» me despierta dos horas antes de que me vengan a buscar, pero cuando me quiero dar cuenta estoy en un jeep a punto de entrar en Tarangire, el primer parque nacional a disfrutar. Son las 9 de la mañana y ya tengo una cerveza en la mano, el canadiense con el que conviviré los próximos días en un acto de fe ha comprado también cervezas para el alemán que nos acompañará hoy y para mi, así que brindamos y… pa’ dentro.
Una hora más tarde estoy harto de cebras, jirafas, ñus, elefantes, «pumbas», avestruces, impalas, antílopes, hienas, gacelas thompson y babuinos, yo quiero carnaza; sin darme cuenta nos acercamos a un regato lleno de ñus y cebras y un alemàn sorprende a mi hastío… tenemos una leona a escasos dos metros del jeep y sí, está apostada bajo un árbol esperando su momento de banquete. Nos deleita con un paseo a ras de suelo y un escondite en la parte de atrás de nuestro coche, el ruido de nuestros esfínteres rompe el silencio, tenemos las ventanas y el techo abierto y, aunque nunca me ha comido un león, siempre hay una primera vez.

Pero la leona es muy clásica y no se atreve con nuevos sabores, así que en vez de probar alguno de los platos cosmopolitas en forma de humanos que componíamos los 17 todoterrenos que allí acabamos apostados decidió esperar y cazar cuando ella quisiera mientras se retiraba moviendo su imponente cuerpo a la vez que parecía reírse de nuestra ineptitud por estar màs pendiente de capturar el momento con nuestros ojos artificiales.

Volvimos a la hora y pudimos observarla junto a otra leona cómo devoraba a una cebra cuál documental de La 2, aquí es dónde fui consciente por primera vez que me había teletransportado del sofà y del cojín que en tantas siestas había babado a un jeep un tanto incómodo para ver «lo mismo» pero a unos 100 metros, así que a falta de 4 safaris mi preferencia era clara.

El segundo día de safari quizà fue el mejor, la visita al Lago Manyara donde esperaba ver flamencos rosas y leones trepadores fue un verdadero fiasco, pero durante la cena llegó Fausto para acoplarse a nosotros en los tres restantes días de safari y al que acompañaba Mussa, el responsable de un orfanato en una localidad muy cercana y donde Fausto estaba de voluntario por unos días.

Sin darnos cuenta Mussa y yo estábamos pidiendo la 5ª cerveza de medio litro y, a la postre, cerrando el bar; la emoción de su historia me hizo perder la noción del tiempo y olvidarme que los mosquitos por momentos me estaban acribillando. Después de los safaris tenía dos días libres antes del próximo destino y me abría las puertas del orfanato para conocer el proyecto, así que hasta los animales realmente salvajes y atractivos ya me daban igual.

 

Amanecer en Serengueti; atardecer en Panorama

 

Amanezco con una resaca quinceañera y el cuerpo «avaricelao» de tanta picadura, menos mal que sólo tenemos 10 horas de viaje para adentrarnos en el Serengueti, montar las tiendas de campaña en pleno parque sin vallas ni nada que lo separe de la fauna y cenar en una cocina llena de ratas que a los 10 minutos ya las podremos tratar como a mascotas.

A mitad de camino nos paran en un pueblo masai artificial para mostrárnoslo por dentro a cambio de 10$, yo suelo huir de estas «turistadas» pero la hipocresía me vence y decido entrar. Sólo por compartir 20 minutos con los niños en la escuela mereció la pena.


  

Por si nuestro aburrimiento acechaba no contábamos con el factor chófer-tanzano: se encargó de hacer el viaje muy llevadero y en un camino embarrado y mientras llovía bastante decidió enfrentar su orgullo al del chófer del jeep en sentido contrario y ganaron los dos, ganaron porque ninguno se apartó y acabamos chocando fronto-lateralmente, durante una hora tuvimos la incertidumbre de cómo lo solucionarían porque nuestro coche aparentemente no podía continuar.

«Hakuna matata», nada más lejos de la realidad, entre él y el cocinero retiraron los restos de chapa y la acoplaron de tal manera que la rueda pudiera girar. Así que mientras llegábamos a la zona de acampada pudimos disfrutar de más de lo mismo, de una camada de 10/12 leones devorando un hipopótamo, de varios guepardos acechando a sus presas y de una familia de leopardos trepando un fantástico árbol.

Del Serengueti nos despedimos con otra camada de 4 leonas y un macho deleitándose entre los jeeps moviendo su cuerpazo con total parsimonia, apoteósico!!!


Último día en Ngorongoro, los búfalos e hipopótamos fraguaban mi hartazgo de safaris y pudimos disfrutar de bellos momentos, pero el último que nos faltaba no apareció. Sólo quedan 27 rinocerontes negros en todo el cráter y a ninguno le dio siquiera por embestirnos, así que lo apuntaremos como excusa para poder volver.

 

Cráter del Ngorongoro

 

Ahora sí, ahora ya quedaba menos y nada para poder disfrutar de otros animales mucho más entrañables y cariñosos, los 37 niños huérfanos del Amani Orphanate de Mto Wa Mbu donde mis safaris se suponía tocaban a su fin. Pero una pieza del puzzle perfecto por momentos quería desencajarse y el jeep que nos había respetado desde el crash en ese momento dijo basta… o casi basta, porque nuestro chófer lejos de parar y hacer caso al estruendo que provenía de nuestros bajos intentaba continuar a toda costa incluso cambiando a la vez las marchas de la tracción 4×4 con las habituales sabedor de que así solucionaría el problema.

Después de noventa minutos a 20 km/h. el coche acabó reventando y nos orillamos a la cuneta…

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