Apenas 20 horas más tarde, 3 aviones embarcados y un breve paso por Madrid y Londres estoy a punto de aterrizar en un continente nuevo para mi. La cara B de los viajes en esta ocasión ha incluido 6 horitas haciendo tiempo en Madrid entre el vuelo de Amsterdam y el de Londres; 8 horitas un pelín encogido en el vuelo de Londres a Nairobi ya que me ha tocado justo al lado la típica señora africana grande, muy grande; y para rematar voy flanqueado adelante y atrás por dos bebés a cada cual más llorón y guerrero.


Pero es el precio que pago encantado cuando viajo y más cuando estoy a punto de pisar ÁFRICA, tal cual, en mayúsculas, ÁÁÁÁÁFRIIIIIICAAAAAA!!!

Mi único contacto directo con este continente fueron 9 días en Marruecos pero, salvando las distancias, creo que no tendrá nada que ver.

Los que llevamos en el ADN la maleta siempre hecha nos vale cualquier sitio para sentirnos plenos, con ganas de vivir y experimentar cosas diferentes, pero si hay algún viaje con el que yo siempre he soñado es éste. Hace justo 5 años lo tenía organizado a través de una agencia de aventureros desconocidos, pero a 4 días de partir decidí no venir por amor (una larga y bonita historia), ahora ojalá lo hubiera tenido que aplazar también por el mismo motivo, pero como no ha sido así vengo pletórico dispuesto a comerme Tanzania y Kenia durante las próximas 4 semanas con planes variopintos y a cada cual más motivador.
Cuando 10 días atrás comencé a planificar los primeros días con safaris y visitas al mundo masai, me iba quedando estupefacto a medida que a través de varias fuentes me confirmaban que el presupuesto para mis expectativas rondaba los 4000$; al venir solo, en fechas concretas y querer ver los más importantes rincones del norte de Tanzania y sur de Kenia de la manera más libre e independiente posible parecía que no me quedaba otra opción que afrontar yo solito los gastos del guía local, el jeep, el cocinero, la comida, el ajuar de acampada, las entradas a los parques nacionales,… pero como no estaba dispuesto ni a gastarme ese dinero ni a quedarme sin ver todo lo posible, decidí investigar en foros y webs locales contando mis planes en todas ellas hasta que apareció un guía local de la ciudad de Arusha (norte de Tanzania) con quién desde el primer momento he tenido una conexión espléndida.

Daniel no sólo me ha conseguido acoplar en un grupo de 4 desconocidos en el mismo circuito que yo deseaba hacer por un presupuesto muy inferior sino que me ha facilitado toda la logística tanto previa como posterior que incluye la estancia durante la primera noche en Nairobi, el transporte hasta su ciudad, visitas libres a tribus masais, alojamientos fuera de las noches del circuito y, por si fuera poco, es fundador de una ONG en una pequeña localidad del norte tanzano a la cual por supuesto me ha invitado a visitar.
Así que a 59 minutos de aterrizar en ÁFRICA me siento ansioso por ir gozando de todos los imprevistos que surjan a cada uno de los pasos inicialmente previstos.


La entrada en Kenia se ha hecho de rogar después de casi dos horas de espera en la cola de visados y eso que traía los deberes hechos. Después de negociar con 3 compañías de taxis diferentes consigo me lleve al hotel un ex-campeón nacional de maratón según me dice pero que tuvo que retirarse de la élite por una lesión de espalda. Sin apenas darme cuenta estoy roncando sin roncar hasta las 5:30 de la mañana, hora a la que me pongo en pie para coger el primer autobús a las 7 am hasta Arusha, pero no salimos hasta las 8 porque me dicen que no está lleno aún…

El viaje dura apenas 6 horas y media pero por si en algún momento me sintiera intranquilo voy sentado al lado de 6 occidentales a los que identifico como trabajadores de las Naciones Unidas, así que esto refuerza mi comodidad mental por lo menos.

Bajo del autobús y durante 5 minutos me asedian varios cazadores de taxis y hostales hasta que aparece Daniel y, junto con dos acompañantes, me invitan a subir a su coche y me conducen al hotel, o eso creo, porque durante los 10 minutos que duró el trayecto por un momento pensé que realmente no los conocía de nada y que perfectamente podían llevarme donde quisieran, es de esos momentos que te encuentras plenamente vendido y sin posibilidad de hacer nada, así que tiré de mi praxis psicológica aplicándome al máximo lo de «lo que tenga que ser será, si me secuestran y me meten en una olla de caníbales por lo menos que muera y me coman rápido».

Las alucinaciones por el cansancio me llevaron sin darme cuenta hasta la siesta sin comer, pero me dio tiempo a despertar antes de anochecer para darme una primera vuelta por los alrededores del hotel y comprobar que casi todos los días hay cortes de luz permanentes desde las 9 hasta las 18, por lo que el wifi que a tantos pueblos une de momento nada de nada…

  

Tengo un día libre antes de adentrarme en la sabana, así que le confirmo a Daniel que quiero ir a visitar el pueblo masai de Monduli y ver su proyecto social.

Cuando llegamos me presenta a un masai local y me deja a su suerte dentro del poblado, si en algún momento lo de las ollas de caníbales tenía que hacer acto de presencia realmente era aquí, pero lejos de ello la empatía que me demostró Lucas desde el primer segundo hizo que estuviera alucinando pero de la emoción.


Estuvimos andando durante 8 kilómetros a la vez que comprobaba cómo la gente local se reunía los sábados para vender cabras, los domingos vacas y todos los días para ir a buscar agua al lago a 5 kilómetros del poblado para lo que usaban burros, carros rudimentarios o directamente sus propias cabezas.

   


Lucas no sabe qué lugar ocupa de 39 hermanos por parte de padre (tiene 4 mujeres) pero sí sabe que es el 6° más pequeño por parte de madre; tiene 30 años, vive con su tío y sus deseos son tener una sola mujer y dos o tres hijos, ah! y una bicicleta, esto sería perfecto. El blanco de sus ojos y de su sonrisa se mezclan y transforman en algo tan brillante que hace que me estremezca.

Me lleva a visitar el mercado local, le digo que me encantan los mercados, pero éste es diferente a todos los que antes había visitado: soy el único blanco y por tanto raro, muy raro, toda la gente hace un stop a mi paso y eso hace que me sienta observado, pero nunca incómodo, Lucas me transmite mucha seguridad no sin antes advertirme de nuevo que no puedo tirar fotos desde cerca, que no les gusta y pueden sentirse violentos, y con los machetes que todos los hombres masais llevan como para arriesgar…

Aún así puedo tomar unas cuantas en varias perspectivas.


  
  

Aparece Daniel y propone que vayamos a comer, mi estómago palpita de emoción hasta que abre los ojos y se da cuenta que no, que comer en este momento no va a ser un placer; primero tomamos una cerveza en el bar local donde sentarse y respirar era ya un triunfo, y luego nos metemos en una cabaña de estiércol donde daba igual que no hubiera sitio para sentarse porque allí lo que mandaba era el hambre, así que esto para mi fue un alivio y me sirvió de excusa para, después de dar 3 cucharadas al plato de arroz, dejar mi sitio libre al primero que lo cazara (no sin antes advertir que no tenía nada de hambre para que no se sintieran ofendidos).


  
Después rematamos dando otro paseo de 7 kilómetros hasta el Rift Valley desde donde avistamos la escuela primaria de Lucas, tiene 30 kilómetros ida y vuelta desde su casa y los hacía andando desde los 4 años; cuando le comento que mi colegio estaba a 200 metros de casa, mi instituto a apenas 700 y la universidad a 62 kilómetros pero que tardaba 45 minutos e iba en un autobús que me recogía a la puerta de casa denoto en sus ojos cierta humedad…
Daniel nos espera, la visita toca a su fin y me montó en el pick-up con el que me devuelve al hotel, pero la última sorpresa del día está en el camino: dos militares nos hacen señales de stop, estoy preparando mi pasaporte cuando Daniel me dice que no, que lo que quieren es subirse con nosotros y les acerquemos a casa, así que vuelvo casi pleno de contento entre los tres si no fuera porque no les gusta ser fotografiados 😏

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